Una visión correcta |
Hno. Marvin ByersPresidente de Ministerios Hebrón y pastor de la Iglesia Hebrón en Guatemala. |
Presidente de Ministerios Hebrón y pastor de la Iglesia Hebrón en Guatemala.
El joven oficial y sus soldados estaban bajo un fuerte ataque enemigo. Él había perdido todo contacto por radio con su comandante, que se encontraba a 40 kilómetros de allí. Al considerar su situación, tal distancia bien podría haber sido el otro lado del mundo, ya que, en efecto, estaba al otro lado de las líneas enemigas.
El oficial sabía que los refuerzos podían ser enviados para librar a su compañía del ataque y salvarles la vida, si tan solo lograba enviar un mensaje a su base. Pero su radio estaba muerta. Entonces recurrió a su última opción: en un pedacito de papel garabateó una nota que describía brevemente su posición y su situación.
Luego sacó suavemente a una paloma de su jaula. Él había traído consigo esta paloma para una situación como esa. Ató el papelito a la pata de la paloma y la soltó. De inmediato, la paloma empezó su ascenso en círculos, y después de tan solo unos segundos escogió su curso y voló en una línea recta hacia la base, el único lugar de esperanza de salvación para los hombres de aquel joven oficial. Veinticinco minutos después, la paloma aterrizó en el alféizar de la ventana del comandante.
Cuando el comandante recogió con ternura al pajarito, no solo descubrió la nota sino también que la nota iba atada a la única pata que el quedaba a la paloma. La otra había sido desecha por el fuego enemigo, y su pecho había sido herido por una bala. En cuestión de minutos sus hombres iban camino a rescatar con éxito a los soldados atrapados; también en cuestión de minutos se dio atención médica para salvar a la paloma que había arriesgado su propia vida por salvar a otros.
Esta narración está basada en eventos reales de la Primera Guerra Mundial. En el transcurso de la historia las palomas se han usado para enviar mensajes, incluso hasta en la década de 1950, durante la Guerra de Corea. Las palomas tienen la habilidad casi sobrenatural de volar directamente hacia la casa de su dueño desde cualquier distancia hasta mil kilómetros, aun cuando no tengan una forma aparente de saber en dónde están. La ciencia moderna sigue sin poder explicar cómo una paloma puede instintiva e inmediatamente volar hacia su amo desde cualquier ubicación, y a pesar de cualquier obstáculo que encuentre en el camino. Los científicos saben que las palomas tienen la habilidad de ver cosas que los humanos no vemos.
En el Cantar de los Cantares 1:15 el Rey le dice a su amada que sus ojos son como palomas. Es evidente que esto es una parte clave de su belleza. Esos son los ojos espirituales que el Señor desea crear en nuestro hombre espiritual. Son los ojos que se vuelven a Él continuamente, y se enfocan en Él sin importar en dónde estén, qué sea lo que haya a su alrededor, o cuántas dificultades se pudieran estar enfrentando en la vida. Conforme aprendemos a volver siempre nuestra mirada hacia la belleza de Jesús durante el día, sin importar las distracciones, nuestros ojos llegarán a ser más y más como palomas. Así, conforme Él se vuelva más y más hermoso para nosotros, nosotros nos haremos más y más bellos para Él.
Así como el Señor les ha dado a las palomas la habilidad de ver lo que los hombres no ven, Él puede hacer que nuestros ojos también vean lo que otros no ven. El puede darnos una visión de Sí Mismo, y de la esfera espiritual, de la mima forma en que hizo que Moisés viera lo invisible (Hebreos 11:27). Si tu visión siempre está llena de cosas terrenales, pídele al Señor que te dé ojos que sean como de paloma; ojos que pronto vuelvan a enfocarse en Él, sin importar las distracciones de la vida. Esos ojos espirituales podrán verlo a Él en cualquier situación, aún cuando todo alrededor solo sean problemas.
El Señor puede hacer que nuestros ojos vean a Aquel que reina soberanamente sobre todo y en todos, aun cuando todo parezca ir mal, y las balas enemigas pasen volando en todas direcciones. Cuando la vista y la mente de los demás estén fijas en los problemas que los rodean, o cuando vean al diablo en medio del horno de fuego, el Señor puede darnos ojos para ver al Hijo de Dios en medio de ese mismo horno de fuego. ¿Pueden ver tus ojos al Rey y el Reino de Dios cada día, o está bloqueada tu visión por las vanidades ilusorias del mundo actual?
Jesús declaró que un hombre empieza a ver el Reino de Dios cuando nace de nuevo. Con la experiencia del nuevo nacimiento empezamos a formar parte de la esfera celestial. Nuestros ojos espirituales son abiertos por primera vez, y vemos que la única vida que vale la pena vivir es aquella que se pierde en Dios, y está totalmente rendida a Él. Un cristiano que acaba de nacer de nuevo está lleno del primer amor, y su visión celestial es repentinamente tan clara, que solo puede pensar y hablar acerca de Jesús.
Después del nuevo nacimiento nuestra visión puede ser fácilmente nublada por las cosas de este mundo. Podemos llegar a permitir que los problemas terrenales opaquen de tal manera nuestra visión, que perdamos de vista a Aquel que es invisible. Todos enfrentamos problemas de una u otra índole: problemas en el trabajo, problemas en la escuela, problemas con nuestro cónyuge, problemas con nuestros hijos, problemas con nuestros amigos, problemas en la iglesia, problemas con nuestro vehículo, problemas con nuestra casa, problemas con el banco, problemas con la compañía telefónica. El listado pareciera ser interminable.
Cuando Jesús le dio vista al ciego en Juan 9, nos dio dos lecciones espirituales de enorme importancia. Primero, untó lodo en los ojos del ciego. ¡Quién hubiera pensado que dicha medida tan extraña podría ayudar a que un ciego viera! Se ha aseverado correctamente que en el reconocimiento de nuestro problema radica el 75 por ciento de su solución. Antes de que nuestra visión espiritual pueda ser restaurada, debemos reconocer por qué hemos perdido aquella visión que era tan clara cuando nacimos de nuevo.
Dios le dio a Adán la tarea de labrar la tierra para ganarse la vida. Nosotros también debemos ganarnos la vida, pero podemos llegar a estar tan intensamente involucrados en labrar la tierra de este mundo para alcanzar nuestras metas, que esa tierra podría ocasionarnos ceguera. Nuestra visión está llena del lodo de este mundo, de manera que no podemos ver ninguna otra cosa. Seremos ciegos para ver al Invisible, mientras continuemos poniendo nuestra mirada más y más en las cosas que nos rodean.
Después de haber untado lodo en los ojos de aquel hombre para revelar qué es lo que ciega al ser humano, Jesús le dio la solución para todos aquellos que reconocen que no tienen ojos como de paloma. Él le dijo al ciego: “Ve a lavarte en el estanque de Siloé”. Quienes hemos pasado tiempo lavándonos en la fuente de vida que Él abrió para lavar el pecado y la inmundicia, sabemos que en un momento el agua de su presencia quita de nuestros ojos el barro de este mundo.
En unos pocos minutos empezamos a ver claramente otra vez. En un instante nos preguntamos: “¿Por qué hago cualquier otra cosa que no sea estar en Su presencia? ¿Por qué malgasto mi vida y mi tiempo en las vanidades ilusorias de este mundo, en vez de invertir mis días buscando al Señor, y viviendo en su presencia?”
Al hablar de nuestra “visión” no me refiero a una experiencia sobrenatural, a un trance. Me refiero a que nuestra caminata diaria debe ser controlada por nuestro entendimiento espiritual, para que podamos ver las cosas desde la perspectiva de Dios, en vez de verlas desde la perspectiva del hombre. Es una mentalidad espiritual que surge al pasar tiempo en la presencia de Dios y en las Escrituras; involucra tener una meta en la vida que cambie nuestro modo de pensar, actuar, hablar y andar.
En este mundo hay muchas visiones distintas para que la gente escoja. Mahoma le dio al mundo islámico una visión. De acuerdo a los dos libros sagrados del Islam, el Corán y el Hadit, la meta de todo musulmán verdadero debe ser la conquista del mundo, y matar a todos los infieles. Afortunadamente, en toda la historia no han existido suficientes personas que sigan a Mahoma de todo corazón como para provocar el caos total en el mundo, pero eso está cambiando rápidamente.
Los medios de comunicación se refieren muchas veces a los problemas provocados por “unos cuantos fundamentalistas islámicos radicales en el Medio Oriente” que son los causantes de tanto terror, violencia, tortura y derramamiento de sangre. Hay dos cosas que el mundo no ha reconocido plenamente, a pesar de que los hechos son indiscutibles. Un hecho es que ellos no son musulmanes “radicales”. En realidad son sencillamente musulmanes fieles que han recibido la visión de Mahoma. Segundo, no son pocos en número: hay muchos millones de ellos. Su enorme cantidad le asegura al mundo que no habrá escasez de jóvenes islámicos de ambos sexos que estarán más que felices de ser bombarderos suicidas. Su “visión” les dice que esa es una senda que lleva directamente al cielo de Mahoma (el que la Biblia describe como el lago de fuego).
Así como la visión de un musulmán verdadero afecta la forma en que piensa, actúa, habla y camina, una visión del Señor Jesucristo y su verdad hará lo mismo en nosotros. Es fácil detectar a un hombre que tiene una visión real, sea de Dios o de alguna otra cosa en la vida. Esa visión lo consume. Thomas Alba Edison fue un hombre de ese tipo. Él fue consumido por el afán de encontrar una forma de convertir la electricidad en luz. Llegó a un punto cuando pasó cuatro días y cuatro noches en su laboratorio buscando el secreto de la bombilla incandescente.
Durante esos días no comió ni durmió. ¡Me pregunto qué se necesitaría para que nosotros fuéramos tan consumidos por una visión de Dios, que pudiéramos realizar este tipo de esfuerzo tan siquiera una vez, buscándolo de todo corazón! ¡Que nosotros no solo busquemos al Señor con la misma intensidad que Edison manifestó, sino también, aunque en un plano espiritual, por la misma razón que él: el poder hallar la luz de vida!
A través del profeta Malaquías el Señor revela un hecho celestial asombroso: “entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre”. En la presencia de Dios está siendo escrito un libro acerca de la vida de cada cristiano. Cada vez que hablamos del Señor y pensamos en su nombre, nuestras palabras y pensamientos son registrados en ese libro. Así que debiéramos hacernos la pregunta: “¿Cuántos registros hay de mí allí?”.
¿Por qué haría el Señor algo así? Porque Él sabe que los pensamientos y las conversaciones de todo ser humano se vuelven continuamente hacia aquello que más ama. Es realmente asombroso observar cómo funciona esto en la vida real. Si a un hombre le gusta mucho la pesca, tratará de que cualquier conversación con cualquier persona, se dirija hacia el tema de la pesca. Realmente no puede hacer nada para evitarlo, ya que es de esto que él habla y piensa casi continuamente. Si el interlocutor no está interesado en la pesca, probablemente la conversación resultará siendo muy breve.
Para Dios no es difícil determinar qué es lo que cada uno de nosotros realmente ama.
Ni para nosotros es difícil determinarlo. Si traemos a memoria el tema más frecuente de nuestras últimas diez conversaciones, no relacionadas con nuestro negocio o trabajo, sabremos qué es lo que realmente amamos en la vida. El Señor sabe esto, pero ¿lo sabemos nosotros? Es por esto que escribe un libro de memorias para los que hablan de Él (los que le temen) y piensan en su nombre, ya que la única razón de hacerlo es porque están siendo consumidos por un amor por Él; y Él llena su visión conforme transitan por esta vida.
En el Huerto de Getsemaní Jesús oró con denuedo y le pidió al Padre que, de ser posible, pasara de Él la copa que estaba siendo llamado a beber. Esa era la copa de pecado por toda la humanidad. Como Pablo escribió: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. Jesús sabía que perdería por un tiempo su relación íntima con el Padre, ya que el Padre no puede tolerar el pecado. El sabía que pronto iba a exclamar: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.
Cuando Jesús oraba, su sudor caía al suelo como grandes gotas de sangre.
Él derramó sudor y lágrimas en su intento por evitar perder la relación íntima con su Padre. ¿Cuánto sudor y lágrimas estamos dispuestos nosotros a derramar, con tal de encontrar esa relación íntima con Él? La respuesta a este cuestionamiento está ligada vitalmente a si tenemos o no ojos como de paloma. Si nuestra visión se vuelve continuamente hacia el Maestro, si vemos al Invisible, que es lo que otros no ven, lo buscaremos con todo nuestro corazón. Nuestra visión se hará más clara cada día, y esa visión cambiará nuestro propósito mismo de vivir. Cambiará los rincones más recónditos de nuestro corazón, y la gloria del Señor vendrá sobre nosotros.